La normalización cada vez más centralizada de la compra y venta de bitcoin y otras criptomonedas, así como su empleo en pagos de bienes y servicios, nos invita a estar en permanente formación y evolución sobre esta materia.
Este artículo de opinión de Juan Ruocco, publicado en la revista Nueva Sociedad, destaca algunos puntos claves sobre el bitcoin y la tecnología blockchain, su impacto en la vida cotidiana y las políticas de Estado, así como sus implicaciones para la democracia.
La extensión de las criptomonedas, sobre todo de bitcoin, plantea diversas interrogantes. ¿Qué son exactamente? ¿Cómo funcionan? ¿Qué significa la jerga que está detrás? ¿Qué consecuencias tienen para los Estados, e incluso para la democracia?
El valor del bitcoin, más allá de sus características particulares como la escasez, la seguridad, la resistencia a la censura, la inmutabilidad y la fiabilidad, depende del acuerdo de todos los usuarios.
En ese sentido, bitcoin también es, de alguna forma, una forma de fe.
La única diferencia con el dinero que imprime el Estado o un banco (como puede ser el caso de Hong Kong) es que el valor no está asociado a la confianza en determinado gobierno, sino a la confianza puesta en un sistema de prueba criptográfica.
Esto implica la destrucción del monopolio del dinero por parte de bancos y Estados, y la demostración empírica de que un grupo de personas que no se conoce, que no tiene contacto entre sí y que ni siquiera tiene los mismos intereses ni ideología puede generar consenso a través de una tecnología lo suficientemente robusta y unos incentivos alineados de la forma correcta.
¿Puede surgir una «oligarquía» del bitcoin?
Si bien Bitcoin es una red descentralizada, el miedo a la centralización siempre existió y es un problema que tiene muchos matices.
En principio, se podría sospechar que los desarrolladores que actualizan, escriben y mantienen el código de Bitcoin pueden tener un poder especial sobre el resto de la comunidad.
Pero lo cierto es que cada cambio puede o no ser aceptado por esta, en tanto que para aplicarse es necesario que cada nodo actualice la versión completa del software Bitcoin Core.
En ese sentido, un cambio que no cuente con el suficiente consenso de la red puede ser rechazado.
Por otro lado, el mayor riesgo de concentración se encuentra del lado de los mineros, dado que Bitcoin puede mantener su autonomía mientras todos los nodos mantengan la cooperación.
Existe la posibilidad de que la red sufra un tipo de ataque conocido como «ataque del 51%» en el que alguien que logre concentrar la mitad más uno del hashpower de la red pueda reescribir la blockchain a su antojo.
El riesgo de que un pool de minería logre alcanzar esa cantidad de poder de «hash» es real, aunque si así lo hiciera, estaría atacando, y por lo tanto destruyendo valor, de parte de la red en la que está invertido.
Por lo tanto, sería una especie de autodestrucción.
Otros posibles candidatos para ser «oligarcas del bitcoin» son aquellos usuarios que minaron o compraron muchos bitcoins cuando no valían casi nada.
Estos usuarios son conocidos en la jerga como whales (ballenas) y durante mucho tiempo, el movimiento de sus fondos provocaba grandes tensiones en el precio del bitcoin.
A medida que la red crece en usuarios, el poder de las whales va disminuyendo, pero siguen siendo un factor que es preciso tener en cuenta.
Pese a que existe la posibilidad de que una persona o un grupo de personas se «apoderen» de bitcoin, es importante entender que el mayor activo de la red es el consenso, y cualquier cosa que atente contra el consenso de bitcoin afectará su precio.
Por lo tanto, todos los actores tienen un incentivo muy fuerte para no tomar medidas que puedan destruir la confianza de la red.
¿Qué lo diferencia de otras criptomonedas? ¿Hay una competencia entre ellas?
Al ser la primera criptomoneda, el bitcoin tiene una preponderancia singular.
Es la que más tiempo lleva existiendo, la más conocida y la que más momentos complicados logró superar.
Además, tiene varios elementos que alientan su crecimiento, entre ellos, el pico del precio en 20 mil dólares, que podría ser superado.
Existen miles de nuevas criptomonedas, pero son pocas las que realmente aportan algo singular y significativo al espacio.
Ethereum, por ejemplo, es hoy por hoy la plataforma más elegida por desarrolladores interesados en blockchain, dado que no es solo una criptomoneda, sino que es una computadora descentralizada con la capacidad de ejecutar programas informáticos inmutables conocidos bajo el nombre de «contratos inteligentes».
Más que competencia, la aparición de proyectos diferentes de bitcoin, con otros alcances y metas, fortalece el espacio, brinda alternativas y permite encontrar soluciones que quizá no puedan ejecutarse de forma tan sencilla en el software de Bitcoin.
¿Qué consecuencias puede tener para los Estados?
De mínima, los Estados van a tener que aprender a lidiar con estas tecnologías y entender que sus ciudadanos las van a empezar a usar en su vida cotidiana.
De máxima, el Estado perdería el control de su sistema monetario.
Esta perspectiva, animada por algunas utopías libertarias, es muy exagerada, porque demasiadas cosas deberían salir bien en el ecosistema de las criptomonedas (y los Estados no deberían hacer nada) para que esa situación se vuelva real.
Ya hoy las medidas que se exigen a las casas de cambio cripto (también conocidas como exchanges o brokers), como el KYC (know your customer, «conoce a tu cliente») y AML (anti money laudering, «anti lavado de dinero»), funcionan como una buena herramienta para regular el comercio entre dinero estatal y criptoactivos.
El cambio de dinero fiat a cripto es el cuello de botella en el que el Estado puede intervenir y obtener algún tipo de beneficio.
La prohibición, en cambio, empuja a los usuarios a manejarse por completo en el mercado negro y en dinero en efectivo.
Con la aparición del renmi digital, también conocido como «cripto yuan», China se pone a la cabeza de los Estados que buscan crear su propia criptomoneda para competir, o amortiguar, el impacto de esta tecnología.
Actualmente, 65% de la minería de bitcoin proviene de China.
¿Por qué no se puede usar para transacciones corrientes?
Esto depende mucho de la tecnología y del precio.
Mientras que en sus inicios bitcoin se usó como medio de pago, había algunas cuestiones que lo hacían bastante incómodo.
La cuestión es que solo se valida un bloque cada diez minutos, y que el límite en el tamaño del bloque permite solo tres transacciones por segundo, lo que limita la capacidad del sistema y lo hace ineficiente si pensamos en compras o ventas en locales como cafeterías, almacenes, verdulerías, etc.
Nadie se va a quedar esperando ahí a que su transacción se valide.
Además, se suma el problema de la comisión por transacción.
Si bien en una transacción de, por ejemplo, dos bitcoins el costo es ínfimo, para transacciones pequeñas (recordemos que un bitcoin se puede dividir en hasta 100 millones de unidades) la comisión podría superar el valor de la transacción.
En ese sentido, existen varias propuestas para solucionar esto y convertir de nuevo el bitcoin en un medio de pago.
La más interesante, que usa la misma blockchain de Bitcoin, se llama lightning network y es un protocolo que funciona en una segunda capa de la blockchain y permite la creación de canales de pago en los que se pueden hacer miles de pagos en segundos y sin costo.
El único pago se haría cuando el canal se cierra y sería el equivalente a una comisión normal de la red.
¿Las criptomonedas son una especie de paraísos fiscales radicales?
Cuando pensamos en paraísos fiscales, nos remitimos a una ubicación geográfica con una estructura jurídico-administrativa que permite a empresas, familias, organizaciones o individuos mantener su capital fuera del alcance del gobierno del país en donde se generó ese dinero.
Panamá, Malta, pequeñas islas, a veces paradisíacas, e incluso estados de Estados Unidos como Delaware o Nuevo México pueden caer en esta categoría.
En realidad, la expresión en inglés es refugio o guarida fiscal (tax haven) y no paraíso (heaven).
En este sentido, las criptomonedas funcionan de forma similar.
Uno puede guardar su poder adquisitivo fuera del control de los Estados, aunque esto tiene algunas implicancias un poco más fuertes.
En primer lugar, el dinero que se guarda en un paraíso fiscal es dinero fiduciario; por otro lado, quienes acceden a este tipo de jurisdicciones cuentan con una estructura legal y económica de cierta envergadura para lograrlo.
Si bien los Estados dicen estar en contra, los paraísos fiscales más grandes del planeta son jurisdicciones de la Unión Europea, Estados Unidos y Reino Unido. Lo cual no deja de llamar la atención.
En el caso de las criptomonedas, estas están abiertas a cualquier ciudadano, cuente o no con una estructura jurídico legal, sea o no parte de los ricos que suelen fugar su dinero a los paraísos fiscales.
Y por otro lado, el poder adquisitivo atesorado en criptomonedas no está en dinero impreso por el Estado y nunca lo estuvo.
En ese sentido, es muy parecido a comprar oro: el oro es escaso, su cantidad no está controlada por el Estado, no se puede emitir a gusto y placer, resiste el paso del tiempo, etc.
Lo que permite bitcoin, por poner un ejemplo, es obtener las mismas características de un resguardo de valor como el oro pero con algunas ventajas: es más fácil de transportar, no requiere interacción física con nadie y es resistente a cualquier tipo de «censura» estatal.
En ese sentido, bitcoin representa la posibilidad de salir por completo del esquema económico controlado por el Estado, la política y los bancos.
Es un «afuera» total del sistema bancario y estatal. Y se puede acceder desde una computadora o celular que se guarda en el bolsillo.
En definitiva, es mucho más que un paraíso fiscal, porque incluso está por fuera de las relaciones de poder entre bancos y Estados.
Es de alguna forma una democratización total de la banca, ya que se anula por completo la necesidad de un intermediario para transferir valor a cualquier parte del mundo.
Se podría decir que es una forma radical de dinero controlado por sus usuarios.
¿Qué consecuencias podría tener para la democracia debido a la complejidad de su uso?
La principal afrenta que representa bitcoin y cualquier criptomoneda, como decíamos más arriba, es la amenaza al monopolio de la emisión de dinero que hoy tienen los Estados.
Como quedó claro en la crisis de 2008 y ahora con la pandemia, Wall Street, los bancos y demás instituciones financieras son too big to fail [demasiado grandes para quebrar].
La caída del sistema bancario también sería la caída de los gobiernos de turno y un punto de inflexión para cualquier democracia.
Quienes vivimos la crisis de 2001 en Argentina lo pudimos ver.
El sostén del sistema bancario actual implica aumentar la circulación de dinero, en forma de impresión, crédito, bonos, etc.
La única manera que tienen las personas comunes de resguardarse contra esos aumentos de circulante es comprando oro, criptomonedas u otro tipo de objetos.
En este sentido, por primera vez en años, las personas comunes tienen una herramienta para resguardarse de las malas decisiones de política económica por un lado, y de desafiar el statu quo financiero por otro.
En el caso de economías fallidas como Venezuela, por ejemplo, el bitcoin funcionó casi como un oasis para quienes podían acceder a la criptomoneda mediante envíos del exterior.
En este sentido, bitcoin podría considerarse como una versión radical del sistema de bancos centrales independientes, en línea con lo que planteaba Milton Friedman, donde la cantidad de dinero esté completamente escindida de las necesidades políticas.
Habría que ver si un sistema de estas características permite crecer a las economías de los países periféricos.
En principio, no habría nada estructural que impidiera que existan gobiernos democráticos sin un control total o parcial de su política monetaria.
Respecto al problema del uso, hoy bitcoin se encuentra todavía en una etapa bastante temprana.
Si pensamos la transición que sufrió internet de ser solo un sistema para programadores de universidades de Estados Unidos a ser la mayor plataforma de comunicación mundial en solo 40 años, podemos tomar dimensión del proceso que deben atravesar las criptomonedas.
Hoy, cualquier niño o niña que no sabe leer toma un teléfono y puede abrir YouTube sin problema.
Aunque los padres atribuyan esto a una inteligencia especial de sus hijas e hijos, en realidad quien logró eso es el diseñador de la interfaz.
Con esto quiero decir que, a medida que una tecnología evoluciona, también lo hace su interfaz, que se vuelve cada vez más sencilla.
No hace falta saber cómo funciona internet para usarla, o conocer la tasa de transferencia de bits para ver una película en Netflix, o conocer los pormenores del protocolo TCP/IP para enviar un correo electrónico.
Esto es así, precisamente, por la evolución en lo que ahora se llama «interfaz de usuario» y «experiencia de usuario» (en inglés UX/UI).
Lo que realmente necesita bitcoin para volverse aún más «democrático» es ir eliminando, dentro de lo posible, el nivel de conocimiento necesario para operar en la plataforma.
Hoy por hoy, si bien existen billeteras de bitcoin muy sencillas para teléfonos inteligentes, el proceso de transformar bitcoins a monedas fiduciarias y viceversa sigue siendo bastante friccionado.
Pero este problema posiblemente se irá eliminando, y la importancia de las criptomonedas se destacará aún más cuando la mayoría del dinero del mundo se vuelva digital.
Cuando casi toda la población reemplace el efectivo por dinero digital (fiduciario, estatal y centralizado), la adopción de bitcoins será mucho más sencilla y, además, muchos preferirán tener dinero digital anónimo.
Los hoy tan popularizados pagos con códigos QR, que requieren casi nula comprensión de cualquier usuario respecto de la tecnología que está detrás, nacieron con las billeteras de bitcoin.
Cualquiera puede enviar y recibir bitcoins desde cualquier teléfono mediante códigos QR.
En ese sentido, lo que queda por pulir es la fricción para adquirir nuevas unidades.
Algo que, de a poco, empieza a suceder a escala global. En octubre de 2020, la empresa de pagos digitales Paypal anunció que pronto integrará bitcoin a su billetera.
La aplicación Cash App (una especie de Mercado Pago estadounidense propiedad de Jack Dorsey, CEO de Twitter) desde finales de 2018 permite operar en bitcoins.